Resulta sorprendente que conozcamos perfectamente quién inventó la
imprenta, el teléfono o la radio, pero no sepamos quién fue el inventor
del ordenador. ¿Y cómo es posible ese desconocimiento? Pues que a nadie
puede atribuírsele en exclusiva.
El británico Charles Babbge propuso una mesa calculadora con base
mecánica. Su elevado costo no le permitió construirla, aunque hubiera
sido viable. George Boole, todavía en el XIX, afirmó que cualquier
enunciado lógico podría ser reducido a un juego binario entre el uno y
el cero. Esta idea tan elemental sería fundamental para el desarrollo de
la ciencia del siglo XX.
En 1936, el matemático británico Alan Turing afirmó que una máquina
simple sería capaz de realizar cualquier cálculo si se le proporcionaban
las instrucciones a través de unas cintas perforadas mediante código
binario. Programando estas cintas, la máquina cumpliría sus
instrucciones. Turing se suicidó a la prematura edad de 40 años, pero en
1950, poco antes de su muerte, enunció que una máquina adecuadamente
programada sería capaz de responder con tal precisión, que un tercer
interlocutor no diferenciaría entre la respuesta de la máquina o del
hombre. De ahí viene la expresión: 'La prueba de la máquina de Turing'.
El matemático Howard Aiken desarrolló entre 1937 y 1943 un gigantesco
y primitivo ordenador, bautizado Mark I, que podía sumar hasta tres
sumas por segundo, restar, multiplicar y dividir. Utilizaron cientos de
kilómetros de cable y miles de interruptores. Medía 15 metros de
longitud por dos y medio de anchura y pesaba varias toneladas.
Casi simultáneamente, en la Universidad
de Iowa, John Atanasoff utilizó interruptores electrónicos para
gobernar series binarias de números. Construyó un primer prototipo de
ordenador posteriormente desarrollado por los matemáticos Mauchly y
Eckert, que crearon una máquina más rápida que la Mark I, con el fin de
acelerar los cálculos de la trayectoria de tiro de los disparos de
artillería, tal y como les pedía el Ejército americano en la II Guerra
Mundial.
Fruto de ese encargo nació el Eniac, el primer ordenador capaz de ser
programado. Tenía unas dimensiones monstruosas y pesaba más de 30
toneladas. Su operación era muy compleja; los operarios tenían que
manipular más de 6.000 interruptores manuales. Todavía era un dinosaurio
con menos capacidad que la más pobre de las calculadoras actuales. Fue
entonces cuando John von Neumann planteó que todas esas costosísimas
operaciones manuales se podrían evitar si se almacenaban las
instrucciones en una memoria. El ordenador moderno nació cuando se logra
poner en práctica esa arquitectura Von Neumann.
La compañía IBM, que entonces no era ningún gigante, decidió
construir sus propias máquinas. En 1959 apareció el primer circuito
integrado, que permitió incrementar la capacidad de las máquinas
reduciendo su volumen. IBM aprovechó su ventaja inicial en las grandes
máquinas de cálculo y comenzó la fabricación en serie de su famosa serie
360, destinada a la administración y a la gran empresa, que pagaban
verdaderas fortunas por poseerlo. IBM creció de forma extraordinaria en
los años sesenta con la fabricación e instalación de sus mainframe. Pero
no supo intuir el potencial mercado de pequeños ordenadores y del
software. Apple, Microsoft e Intel supieron anticiparse al futuro.
El matemático del MIT Nobert Wiener creó el concepto de cibernética
en su libro Cybernetics (1948), en el que abordaba las relaciones entre
el control y la comunicación tanto en máquinas como en animales. 'La
información es información, no es materia ni energía. Ningún
materialismo que pretenda rechazar esto puede vivir en la actualidad'.
Al mismo tiempo que avanzaban las computadoras se forjaba el concepto
de inteligencia artificial. Dicha expresión nació de una reunión
celebraba por unos jóvenes investigadores en 1953 en el Dartmouth
College. Discutieron la posibilidad de producir programas que fuesen
capaces de comportarse tan inteligentemente como la mente humana, pero
con mayor capacidad y velocidad. Desde ahí hasta nuestros días se ha
recorrido un fabuloso camino que todos conocemos. Le debemos
agradecimiento a toda esta saga de estudiosos e investigadores. Sin
ellos no habría sido posible la actual sociedad del conocimiento.
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